David Ferrer: el luchador

Por Damián Giovino (@DamianGiovino)

Durante muchas temporadas el tenis ha tenido una hegemonía absoluta de un reducido grupo de cuatro astros: Roger, Rafa, Nole y Murray. Pero también ha tenido a un “héroe sin capa”, a un David que se les animó a competir de igual a igual a los Goliat. Fue uno de los jugadores más regulares de la historia del circuito, estando siete temporadas dentro del Top Ten y llegando siempre a instancias decisivas de todos los torneos. Muchas palabras autorizadas lo definían como ´el N°1 de los humanos´. Querido y respetado como casi ningún otro tenista en el circuito, David Ferrer marcó una época en la época en que los protagonistas fueron otros cuatro; haciendo de su carrera una epopeya deportiva y un ejemplo absoluto de inspiración.

Tuvo la mala fortuna de ser contemporáneo al ´Big Four´, porque él mismo reconoció: “yo no jugaba en esa liga. Esa liga era solo de cuatro y era intocable”. Así es que solo ganó un Masters 1000 y ningún Grand Slam, algo insólito para un jugador de su talla, regularidad y nivel competitivo. Sin ellos, David hubiera conquistado varios de los torneos más prestigiosos del circuito y hubiese llegado a N°1 del mundo. Sin embargo, lo convirtió en algo positivo y lo tomó como un estímulo e impulso para crecer: “gracias a ellos he sido mejor tenista, he evolucionado gracias a ver la ambición que tenían al ganar un torneo y seguir con hambre para volver a ganar a la siguiente semana. He aprendido. Sin ellos no hubiese crecido tanto tenísticamente”.

Ferrer es uno de los máximos ejemplos que se pueden encontrar en la historia del deporte. De una capacidad de mejora a través del compromiso y la aplicación, superlativa. Con una mentalidad competitiva avasallante. Con la grandeza de la humildad. Con un espíritu de lucha, entrega y sacrificio épico. Si bien sabía que cuatro colegas eran mucho mejores que él, entraba a la pista a marcar su presencia, enviando, con su actitud, el mensaje solapado de ´aquí estoy yo, esforzate si querés ganarme, porque estoy dispuesto a ir hasta el límite y darlo todo´. Porque él mismo decía públicamente: “Si pierdo, intento perder de una manera que al rival le cueste mucho. Así al siguiente partido ese jugador te va a respetar y el respeto cuesta de ganar”. Y en la era del planeta en donde el sistema perverso hace que el estatus social se mida por los grandes logros, el dinero, la fama; David consiguió el verdadero patrimonio que hace transcender a una persona: el respeto de los pares y el prestigio. “No me costaba sufrir, tenía fuerza para dar un poco más. Hay que entrenar y entrenar para mejorar. Conocerse a uno mismo”. No solo es querido por lo hecho dentro de la pista, sino, sobre todo, por su ejemplo humano. “Al final lo que queda es la persona, los títulos quedan en la sala de trofeos que tengo, pero no dejan de ser trofeos. El cariño que he tenido por parte de todo el público y de mis compañeros y amigos en el mundo del tenis es con lo que me quedo. Con las experiencias vividas. Aparte de haber sido lo que he sido como jugador de tenis, he dejado algo que a la gente le ha gustado. Mis padres me han dado unos valores en la vida por los que les estaré eternamente agradecido. Me enseñaron que lo importante no es ganar o perder, sino el hacer lo que uno pueda, intentarlo y disfrutar de jugar. Uno debe tener claro que solo es un deporte”.

Pero esa ´maquinita todo terreno´ que fue ´Ferru´ durante largos años, tuvo una primera etapa difícil. En sus comienzos como profesional, su humildad le jugaba en contra, sacándole confianza y seguridad en sigo mismo. “Nunca pensaba que había ganado porque era mejor que el otro, sino que había ganado porque el otro no había jugado bien en ese partido. Nunca me creía mejor que el rival. Me tenía poca fe fuera de pista. Cuando empecé a jugar con los tenistas que veía por la tv, me daba miedo porque era el nivel más alto al que se podía llegar a competir y pensaba que no iba a poder ganarles. Pero cuando entraba a la pista me transformaba y competía”. Pero, sin dudas, su problema principal que lo estacaba, sometía y no le dejaba pegar el salto definitivo para meterse entre los mejores, era su forma de ser. Era muy temperamental. Canalizaba mal su extremado nivel de competitividad y personalidad de guerrero. Dirigía sus emociones hacia un lado negativo. Era muy impulsivo. Todo era el día a día en mí. No tenía una conducta de trabajo de tenista profesional. Era negativo. No tenía el aplomo para ver el vaso medio lleno. Al principio era muy inconsistente. Me costaba mantener la concentración si las cosas no estaban como me gustaban. Me enojaba mucho. Hacía cosas poco profesionales”. Pero con el paso del tiempo fue madurando y encontrando el equilibrio hasta meterse en la élite para nunca más salir. Cuando te equivocas, cuando fallas; es cuando aprendes. En mis equivocaciones he mejorado personalmente. Sentir vergüenza de uno mismo por ciertos actos cometidos, te hace aprender y crecer. Saber que uno no es perfecto y nunca lo será, y que te vas a equivocar y fallar, hace que te liberes. Los errores están para eso: para aceptarlos, aprender de ellos y no volver a cometerlos”.

Estar entre los mejores del mundo en un deporte tan trascendente socialmente como el tenis, conlleva su peso extradeportivo, que a Ferrer nunca le sentó bien: “Cuando estás entre los 10 mejores del mundo, pasas a otro escalón de exposición pública. Andas más cohibido y con más cuidado cuando sales a ciertos lugares públicos. Yo me siento condicionado cuando voy a lugares con mucha gente y me reconocen; lo paso mal, sudo. Tengo un poco de fobia social, voy a pocos lugares de aglomeramiento social”. A David la fama nunca lo ha cambiado. “Si utilizas mal las redes sociales pierdes la perspectiva de la vida real. Si estás más preocupado por los likes que por la persona de al lado o por aparentar algo que no sos, pierdes la esencia. Es clave el entorno que tienes para mantener los pies en el suelo, el rodearte de gente que te ofrezca buenos consejos. Necesitas gente que pueda ayudarte y que te den críticas constructivas. Pero también es verdad que en la vida hay que fallar para aprender de los errores. Nadie nace sabiendo todas estas cosas, sino que aprende viviéndolas”.

La autoexigencia ha sido una constante en la carrera del español, lo que le ha servido de mucho, pero también le trajo sus cosas negativas en lo personal: “Me tomaba todo muy enserio, no relajaba nunca. Eso me servía, pero también tenía sus cosas malas. Hay que encontrar un equilibrio. No he sabido disfrutar el cien por ciento de los buenos momentos. Cuando sientes la obligación de ganar es una carga que llevas. Cuanto más arriba estés, más vas a tener esa carga y más presión vas a sentir, porque más te vas a exigir”.  El ejemplo más claro es cuando llegó al pináculo de su carrera: N°3 del mundo en 2013. “Fui al Masters de Londres y no gané ningún partido. llegué a casa en Valencia y vi que había acabado por primera vez una temporada como N°3, pero ese día estuve muy triste porque no había podido jugar bien en Londres. Por eso digo que si algo pudiera cambiar de mi carrera sería disfrutar cada momento. Haber sido inconformista en cierta etapa de mi carrera me ha dejado heridas”.

Pero esa mente de hierro y esa personalidad de guerrero, tuvieron sus lagunas. En 2016 Ferrer no ganó ningún título, jugó menos de lo habitual y sus actuaciones estuvieron muy por debajo de lo que se esperaba de él. Todo ello fue consecuencia de que atravesó su etapa más vulnerable: “No me encontraba. Estuve unos meses perdido, sin respuestas. A veces te entra un poco más de ansiedad y no asimilas ciertas cosas. Tienes que pasar por ahí y aceptarlo para seguir. Hay momentos complicados en tu vida profesional y personal, y hay que aprender de ellos para ser mejor. Hubo un momento en el que perdí la noción de competir, perdí mi esencia. Me sentí dos o tres meses perdido y es algo que nunca me había pasado. yo siempre he luchado por la ambición de ganar y en este caso luchaba por obligación, por pura inercia. Ha habido momentos tristes en los que no te sientes válido tenísticamente, pero no he pensado en dejarlo. He estado muy lejos de mi nivel, sobre todo mentalmente. No conseguía mantener la concentración durante todo el partido. No tenía fuerza o una actitud competitiva. Cuanta más presión tienes y más alto estás, tu obligación de ganar es mayor. Es una carga constante y eso, cuando llevas soportándolo mucho tiempo, repercute por completo en tu cuerpo y tu mente. Necesitas desconectar o parar en un determinado momento. Sientes inseguridad y tristeza en esas situaciones nuevas, pero debes afrontarlas. Es lo que me ha ocurrido”.

El mérito del español no es haber competido de igual a igual con el ´Big Four´, porque, por ejemplo, jugadores como David Nalbandian y Stan Wawrinka también lo hicieron. Lo valioso radica en dos puntos: primero, Nalbandian y Wawrinka poseían un talento extraordinario, sin nada que envidiarles a los otros cuatro, mientras que Ferrer no. Segundo, el argentino daba la sensación que cuando él quería, les ganaba a todos, pero su carrera fue muy irregular; mientras que el suizo recién en la recta final de su carrera dio el salto de calidad definitivo y arrasó ganando tres de los cuatro Grand Slam. Es decir: dos tenistas que podrían haber conseguido mucho más por su potencial. En el caso de ´Ferru´ fue todo lo contrario: llegó mucho más lejos de lo que su talento natural le permitía, con una encomiable regularidad. Sacó el máximo provecho a su tenis. Entendía el juego para tomar las decisiones correctas en cada momento particular del partido. Analizaba al otro jugador. Sabía leer el lenguaje corporal del rival y se daba cuenta, por ciertos indicios, cuándo lo tenía entre las cuerdas. Marcaba presencia en la cancha, ahogaba al rival, no le daba respiro, lo desgastaba física y mentalmente. “En mi carrera lo di todo. Si no he dado más fue porque no he sabido. Estoy orgulloso de mi carrera. Ha habido momentos mejores y peores, pero nunca he dejado de luchar ni he tenido fases de conformismo. Eso me hace estar tranquilo conmigo mismo. Ese es, probablemente, el mayor trofeo que puedo tener”. Su histórico entrenador, Javier Piles, dijo sobre él: “en competición le salían cosas que durante los entrenamientos no había sido capaz. En momentos importantes, de máxima presión y tensión; le afloraban ciertas cosas”.

 

 

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