Lagarto Fleita

Por Damián Giovino (@DamianGiovino)

Se crío en la Isla Maciel y en un conventillo de La Boca, en el seno de una familia extremadamente humilde. Trabajó de todo para aportar un plato de comida más a su casa. Se sobrepuso a decenas de obstáculos para llegar a triunfar en la Primera de Racing, logrando convertirse en una gloria de la institución. El delantero de las mil definiciones. Tuvo un tumor maligno y se recuperó. Solidario y con valores. Humanizamos al Lagarto Fleita, luchador incansable, ejemplo inspirador.

-Sigmund Freud una vez dijo: “he sido un hombre afortunado, nada me resultó fácil”. Vos tuviste una vida muy dura y te sobrepusiste a todo. Hoy haciendo retrospección, ¿crees que fuiste un afortunado de haber pasado cosas malas porque eso te hizo ser lo que sos?

-Sí, puede ser. Pero yo te diría que fui un afortunado por la fe que siempre tuve en Dios, que fue lo que me impulsó y me ayudó a tener fuerzas y a ser constante en la búsqueda de siempre darle para adelante más allá de las adversidades que me ha tocado pasar en la vida. Mi vida fue difícil porque todo ha sido cuesta arriba. Ganarse la lotería también es una forma de ser afortunado, pero para mí es mucho más afortunado aquel que tiene fe en Dios y las fuerzas para superarse constantemente. Los momentos de adversidad me fueron formando como persona, me dieron personalidad y carácter. Tener carácter significa afrontar con el mayor equilibrio posible cualquier situación que te presenta la vida. Tener el temple para saber analizar cada situación y ver cómo la podés resolver, tomando la iniciativa.

-Cuando las cosas cuestan tanto lograrlas, cuando hay que sortear muchísimos obstáculos; todo se valora y disfruta el doble cuando se consigue…

-Totalmente, claro que sí. La satisfacción que da el saber valorar las cosas que uno va logrando. Si bien valoro todo lo que conseguí en mi carrera, valoro mucho más lo que logré a nivel personal. Para mí más que un gol o un título, tiene más importancia la constancia, el sobreponerme a los malos momentos y la superación que tuve. Valoro que gracias al fútbol pude crecer, comprarme una casa y ayudar a mis viejos. Agradezco haber tenido que pasar momentos duros en mi vida porque eso me permite valorar lo que hoy soy como persona y lo que pude conseguir.

-Venís de una familia muy humilde. ¿Cómo era el día a día para tener un plato de comida?

-Yo vengo de una familia muy humilde. Nací en Las Toscas, un pueblo bien al norte de Santa Fe. Cuando tenía un año y medio, mis viejos se mudaron a Bs As en busca de una mejor calidad de vida, intentar crecer. Vinimos a la Isla Maciel. Recuerdo que el ´patio´ de mi casa eran los camalotes de una parte del Riachuelo. Mi casa era de chapa de cartón, el piso era la tierra. Todo nos costaba el doble. Cruzaba el Puente Avellaneda hacia La Boca para buscar comida con una bolsa. Eso me da orgullo porque te marca que todo en la vida conlleva un sacrificio para alcanzar objetivos, nada es fácil. Luego nos mudamos a un conventillo de La Boca.

El Lagarto comenzó a trabajar a los ocho años, de diversas cosas. Todo por ímpetu e iniciativa suya. Por ver el esfuerzo que hacían sus viejos y que igual no alcanzaba. Así fue que maduró rápido y se enfrentó a la cruda realidad para aportar algo a su casa, más allá de que sus padres jamás lo obligaron a que trabaje de chico.

– ¿Qué trabajos tuviste de chico?

-Mejor dicho, ¿qué no hice? Laburé en una verdulería, en una panadería, fui repartidor de tapas de empanadas y de galletitas. Me levantaba a las 5am que me pasaba a buscar el dueño con una camioneta e íbamos a los depósitos a buscar la mercadería y distribuíamos por los almacenes. Cuidé coches. Trabajé en un taller mecánico de cadete. Nunca mis viejos me obligaron a ir a trabajar. Yo solo me daba cuenta que las cosas no andaban bien, que todo nos costaba y que se necesitaba otro ingreso para tener un plato de comida todos los días. Fue por propia iniciativa que salí a buscar trabajos para hacer. Estando en las inferiores de Racing trabajaba y estudiaba. A veces dejaba de ir a entrenar por dos meses para ir a trabajar.

-A tu familia siempre le faltó de todo, pero nunca se desviaron del camino de los valores y la honradez. Eso te debe haber marcado mucho…

-Exactamente. Uno nació en una familia muy humilde pero la riqueza más grande que me dieron mis padres, fueron los valores que me inculcaron. El respeto, el ser ubicado, solidario, el saber que los derechos que uno posee tienen el límite en donde empiezan los derechos del otro. Todas esas cosas se las inculco hoy a mis hijos y a los chicos de las inferiores de Racing. Para todo eso no tiene nada que ver tu condición socioeconómica o de dónde venís. Los valores están más allá de si tenés más o menos. Nada te impide en tu familia inculcar valores.

– ¿Jugar a la pelota era el ´refugio´ que encontrabas para ser feliz y pasar un buen momento, olvidándote de la dura realidad que vivía tu familia?

-Sinceramente, desde chico sentía que iba a ser futbolista, no me preguntes por qué, pero lo sentía claramente. Jugaba todo el tiempo a la pelota en los potreros, me encantaba. Pero no es que tomaba al fútbol como la posibilidad de hacer una carrera a futuro y que ese sea mi trabajo del cual vivir. Lo tomaba como una diversión, pero sentía que iba a llegar a jugar. Todos nacemos con un don o un talento, simplemente tenemos que descubrirlo y potenciarlo. Yo lo sentía con el fútbol. Cuando fui creciendo, sí me di cuenta de que ese don que yo tenía en el fútbol, si lo trabajaba y me esforzaba, podía ser la chance de cumplir el objetivo que tenía en mi vida que era el de ser alguien y tener un futuro. Siempre el fútbol para mí era el día a día, un divertimento, pero cuando me di cuenta que podía ser mi trabajo, empecé a sacrificarme mucho más.

-Cuando te diste cuenta que el fútbol podía ser algo más que un divertimento para convertirse en tu ´salvación´, ¿no te generó presión?

-No me presionó, al contrario, me dio empuje el pensar que con el fútbol podía ser alguien el día de mañana. La presión verdadera era que falte un plato de comida en mi casa. Yo ya laburaba mientras estaba en las inferiores de Racing. Aparte el tener condiciones y esforzarte tampoco te aseguran 100% que vas a llegar a Primera. Lo más seguro era, además de entrenar, trabajar y estudiar. Al margen de esa sensación interna que te conté que tenía de que iba a llegar a Primera. Pero siempre puse mucho sacrificio y tuve constancia para lograr el objetivo y el superarme constantemente. Creía en mí. Yo debuté con 18 años, luego de haber atravesado un montón de vicisitudes y momentos muy duros en mi vida.

-Dijiste que la primera vez que comiste bien fue en tu primera concentración profesional con Racing…

-Exactamente. Aunque muchos se rían. Comí bien por primera vez en el sentido de tener una entrada, un plato principal y un postre. ¿Sabés lo que fue en mi primera concentración tener una entrada para comer, un postre? Era un paraíso.

-Hoy cuando mirás atrás y ves a todas las adversidades que te sobrepusiste, no te sale preguntarte “¿cómo hice o de dónde saqué tantas fuerzas?”

-Tal cual. Todos en la vida tenemos una fuerza escondida que la sacamos en situaciones límites. Todo depende de la voluntad que tengas para salir adelante, para superar obstáculos, para lograr algo que querés. Es el motor que uno tiene apagado adentro y que se enciende ante la adversidad. Todo es enseñanza en la vida. Pero hay que tratar de no esperar a atravesar una situación límite para que aflore ese fuego sagrado de adentro. Hay que intentar sacarlo cuando las cosas están normales. Hay personas que se despiertan o se dan cuenta del potencial que tienen, ante una situación límite. Todo se puede lograr.

Por “Humanizados” han pasado el Turco García y Néstor Apuzzo. Ambos se criaron en zonas humildes de Bs As: Villa Soldati, Lugano y Fiorito. Ambos narraron que, si bien eran barrios picantes en donde muchas veces tenías que agarrarte a trompadas, no pasaba de ahí. Que se respetaban códigos que hoy se han perdido totalmente en nuestra sociedad.

– ¿Coincidís con lo que dice el Turco y Apuzzo?

-Sin dudas. En ese sentido hemos involucionado como sociedad. Antes era agarrarse a trompadas y punto, quedaba ahí. Y eran peleas mano a mano, nada de atacar en manada. Se ha perdido mucho la convivencia en el día a día entre vecinos. Parece que cada uno le quiere aplastar la cabeza al otro como sea, sin importarle nada del prójimo. Hay que refundar la sociedad en cuanto a los valores. El respeto, la solidaridad, el sentido de ubicación.

-Hacías goles de todo tipo. Tenías un gran repertorio de recursos. Víctor Hugo te bautizó como “el hombre de las mil definiciones”. ¿Lo entrenabas o te salía naturalmente en el partido?

-En La Isla Maciel, donde me crie, había mucho descampado y jugábamos a la pelota ahí. Me crie jugando en el potrero. Todas esas jugadas que mencionás que hacía, y los goles con diferentes recursos, tienen mucho que ver con esa esencia de potrero. Uno no entra a la cancha pensando que va a hacer un gol de chilena o de rabona. Son recursos que te salen naturalmente durante un partido cuando la situación amerita que resuelvas así, es la impronta del juego. El potrero tiene gran importancia.

“Los futbolistas de antes resolvían de una forma más espontanea, ahora son más obedientes, entonces necesitan el mensaje y el apoyo del entrenador y eso genera una dependencia. No debería ser así”, dijo alguna vez Marcelo Gallardo.

– ¿Coincidís con que en la época de ustedes el jugador era más creativo y tenía mayor capacidad de improvisación?

-Coincido ciento por ciento con Gallardo. Totalmente. Como dijo Dante Panzeri: “el fútbol es el arte de lo impensado”. Eso resume lo que es el potrero. El jugador de antes tenía más impronta, más capacidad resolutiva, más creatividad e improvisación. Eso era la esencia del potrero, que hoy se ha perdido. Hoy los jugadores son más disciplinados tácticamente, con más conducta y no tienen tanta inventiva. El técnico le dice: “hacé esto” y el jugador se limita a hacer solo eso que le pide el entrenador. Hay que entrenar el talento. El jugador argentino, en general, tiene talento, y hay que incentivarlo en la etapa formativa de juveniles a que no pierda la creatividad, estimularlo. Al chico hay que darle la libertad de que se equivoque en pos de la creación. Lo que hay que hacer es corregirlo para que siga creciendo como jugador.

En 2003, estando de pretemporada con Huracán en Mar del Plata, el Lagarto notó un bulto palpable en la zona del esternón, tras una biopsia arrojó que era un tumor maligno en los ganglios, llamado “Mal de Hodgkin”. Nuevamente la vida lo ponía a prueba y se tenía que enfrentar a otra dura adversidad. Pero el Lagarto es un guerrero por naturaleza.

– ¿Cómo fueron los primeros momentos desde que te enteraste de la mala noticia?

-Cuando recibo la notica, estando en Huracán, club al cual quiero muchísimo, estábamos de pretemporada en Mar del Plata. Yo tenía una elevación palpable en la zona del esternón y el doctor del plantel, Edgardo Locaso, me dijo que me iba a hacer una biopsia urgente cuando volviésemos a Bs As. Me quedé un poco sorprendido. Cuando regresamos a Bs As, me hice la biopsia. El día que me comunicaron el resultado, habíamos entrenado en la sede del club porque era un día de lluvia, muy feo, mirá justo qué día para recibir la noticia. El doctor Locaso empezó diciéndome que por el momento me tenía que olvidar del fútbol porque lo que había salido en la biopsia no era bueno. Cuando empecé a escuchar eso, ya me lo imaginé y le dije directo: “¿tengo cáncer?” “Sí, Juan. Confía en la medicina y en Dios”, me respondió. “Primero en Dios y después en la medicina”, le dije.  En ese momento que me comunicaron la noticia, con la mente en blanco, sentí como un fuego que me brotaba de adentro mío y, te juro por mis cuatro hijos, me salió golpear la mesa con el puño y decir: “yo me voy a curar y voy a volver a jugar”.  Saqué una fuerza escondida de adentro para atravesar esa enfermedad. 

– ¿Cómo viviste y sobrellevaste el tratamiento?

-Cuando comencé el tratamiento lo tomé como un campeonato de 12 fechas de quimioterapia. Para mí, simbólicamente, cuando iba al Hospital Roffo, que me atendieron de maravillas, cuando estaba en la antesala de la parte de oncología, pensaba que estaba en la manga. Cuando entraba a la sala de oncología, imaginaba que ingresaba a la cancha.  Cuando me sentaba para hacerme la quimioterapia, era el partido y la jugada dependía de mí. Y mi familia, los médicos, la prensa; era la tribuna que me estaban alentando. Pude salir campeón de ese torneo de 12 fechas, curándome. Durante el proceso tuve muestras de afecto de todo el mundo futbolístico, político, periodístico. Durante mi tratamiento los periodistas me llamaban y yo salía a hablar para contar mi experiencia y darle esperanza y fuerza a otro que estuviera pasando por lo mismo. Después de la enfermedad volví a vivir. Entendés que todo tiene solución. Antes capaz me calentaba porque se me rompía un vaso o algo del auto, y ahora lo tomo todo de otra manera.

-Sos un buen tipo, Lagarto.

-Sí. Yo me siento querido y respetado dentro del ambiente del fútbol. En el fútbol sos como sos en la vida. Y en la vida me crie en una familia muy humilde pero que tenía una gran riqueza y es lo que me inculcaron y como siempre intenté ser: respetuoso, con valores, solidario y ubicado. Soy un tipo simple que ama a su familia.

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