Ricardo ´Negro´ Altamirano

Por Damián Giovino (@DamianGiovino)

Brilló en Independiente, multicampeón con River y la Selección, gloria de Unión. Uno de los más destacados laterales izquierdos argentinos de las últimas décadas. Defensor versátil y polifuncional. Adentro del campo se transformaba en un guerrero, afuera un ser campechano y perfil bajo. Logró despojarse sin pruritos del traje de futbolista porque siempre se consideró alguien común y corriente. Hoy posee una farmacia en su ciudad natal, Laguna Paiva. Humanizamos a Ricardo ´Negro´ Altamirano, un tipo íntegro y genuino, siempre con los pies sobre la tierra.

Hoy los futbolistas cuentan con el apoyo de psicólogos deportivos, especialistas en neurociencia y demás profesionales que acompañan al jugador en su día a día. En la época de Altamirano, eso era campo inexplorado. El Negro logró perdurar durante largos años ininterrumpidos en un alto nivel en tres lugares que conllevan muchísima exigencia: River, Independiente y la Selección.

-¿Cómo hacías para convivir con esa gran presión y absorber la exigencia diaria estando entero mental y deportivamente?

-Yo soy de una familia de siete hermanos en la que mi padre nos inculcó el luchar, el no bajar nunca los brazos. Él era nuestro psicólogo. Eso hacía las cosas mucho más fáciles. Cuando me fui a probar a Unión y me ficharon, parecía que era quedarse a perder el tiempo, y ahí es donde hay que ser tozudo y aplicar las palabras de tu viejo. De ahí surge todo. Hay que estar con los pies sobre la tierra para sobrellevar esa presión del día a día que genera jugar en un equipo grande, sobre todo River, y la Selección.

-Cuando llegaste a Independiente tenía un plantel de muchos pesos pesados como Clausen, Monzón, Bochini, Alfaro Moreno. ¿Entraste al vestuario con la cabeza gacha como pidiendo permiso?

-Sí. Había muchos referentes y yo llegaba de Unión siendo joven, era bravo. Esos años en Independiente me dieron experiencia, me llevaron a la Selección, y ya cuando llegué a River era otra cosa, tenía otra espalda.

-Al margen de lo deportivo… siendo joven, oriundo de una pequeña ciudad; ¿te costó la adaptación a la gran urbe y toda la vorágine avasallante de Bs As que no estabas acostumbrado?

-Fue muy difícil. Crecí en Laguna Paiva, una ciudad de 14mil habitantes, y el cambio fue muy grande, hay una gran diferencia. En mi ciudad nos conocíamos todos, y al llegar a Bs As tenía que hacerme otra vez de nuevo, y la gente en la gran ciudad, en general, no es tan amable y cuesta entrar en confianza.

-¿Tuviste algún momento de duda de sentirte sapo de otro pozo, de extrañar a tu gente querida, la tranquilidad de tu ciudad?

-Ahí es donde entra el haber tenido compañeros de experiencia, y los entrenadores también, que me iban aconsejando, guiando sobre qué camino tomar, que me hacían reflexionar para no extrañar diciéndome que esta profesión era la que me iba a dar de comer por muchos años y permitir hacer una diferencia económica para el día después. Tuvieron mucha razón.

“Me incomoda contar todos mis logros. Es como que esa persona que ganó tantas cosas, no fui yo. Me cuesta asimilarlo. Por eso vivo tranquilo en Laguna Paiva. Es difícil hablar de uno mismo”.

-Siendo de esa manera, tan campechano y perfil bajo, ¿cómo surfeaste, para no perder el eje, las tentaciones del éxito, la fama y el dinero que provocan ser un futbolista prestigioso, en donde, socialmente, ´tenés todo servido´?

-Gracias a la familia que tuve y la crianza que me dieron. Gracias a haber encontrado buena gente en el camino. Cuando estás muy bien, producto de todo eso que conlleva ser jugador, se te acercan muchas personas y a veces cuesta darse cuenta cuáles son los buenos y cuáles los interesados. Desde chico mi viejo me aconsejó que me fijara bien con quién me vinculaba, que mantuviera el perfil bajo, que solo me dedique a trabajar y trabajar. Eso lo mantengo hasta el día de hoy.

Luego del retiro Altamirano tuvo campos, departamentos y una farmacia en su ciudad. Con solo 32 años dejó la profesión para dedicarse a su familia y poder ver crecer a sus hijos.

-Siempre tuviste claro que la vida después del fútbol continuaba y que no es la única prioridad…

-Totalmente. Como cualquier persona normal, busqué que mis hijos siempre estén bien, tengan una buena educación, buena salud. Con el fútbol pude hacer una buena diferencia económica, no como hoy en día, por supuesto, pero luego supe cuidarla e invertirla.  ¿Por qué hay que destacar del otro que es humilde? Si debería ser algo natural, lo primero que tenés que ser es buena persona, solo así se puede forjar un país mejor. Yo siempre fui un tipo común y corriente, nunca me creí más. Hoy estoy como coordinador del fútbol juvenil del club Alumni de mi ciudad, y siempre les digo a los chicos que los utileros, los que se encargan de abrir la cancha, son más importantes que ellos, porque si no se abre la cancha ellos no podrían ni jugar.

El negro tuvo entrenadores de mucho peso y personalidad como Passarella, Tolo Gallego, Pato Pastoriza, Coco Basile y Ramón Díaz.

-Más allá de que cada uno tenía su estilo, ¿con cuál te quedás?

-Me quedó con Passarella. Si bien es totalmente distinto a lo que uno profesa en la manera de ser, cuando él entraba al vestuario yo veía al tipo que levantó la copa del mundo y me generaba una gran admiración. Además, lo que él me pedía adentro del campo yo podía hacerlo sin ningún problema.

El Altamirano fuera del campo siempre fue un ser perfil bajo y muy tranquilo. Cuando entraba al verde césped se convertía en una fiera. Guerrero de mucha personalidad que imponía respeto a los rivales. Todos sabían que meterse con Altamirano era cosa de guapo. “Con ese negro no se jodía, te mataba”, dijo alguna vez el gran Leo Astrada.

Cuando entrabas a la cancha te transformabas. El mismísimo Cafú dijo que fuiste el argentino que más duro lo marcó…

– Sí me transformaba. El Tolo nos decía que una vez que entrabas a la cancha ya no tenías amigos, parientes, te vienen a robar la plata del bolsillo. Me salía de adentro un fuego especial.  El ´indio´ aparecía cuando cruzabas la línea de cal y entrabas al césped, después ya está, terminaba el partido y listo.

-Hoy si un jugador brilla en Independiente, River y la Selección, es una obviedad que va a tener un buen destino europeo. Vos jugaste toda tu carrera en el país, ¿por qué?

– Tuve ofertas concretas de México y de España, pero era muy difícil querer irse de River. Por lo futbolístico y lo económico, no era complicado elegir quedarse. Vos hacías cuentas y en River ganabas muy bien, más los premios. Además, siempre peleábamos por cosas importantes. La diferencia que podía hacer en Europa no era demasiada y eran contratos cortos.

-Hoy si caminás por la calle, muchas personas no te reconocerían, ¿te gusta la tranquilidad que brinda ese ´anonimato´?

-Sí, porque nunca sufrí el dejar de ser futbolista. Nunca me acostumbré al reconocimiento, siempre me dio un poco de pudor. Cuando era jugador trataba de andar por lugares donde pudiera pasar lo más desapercibido posible. Lo que no quita que los logros que uno consiguió no te los quita nadie.  

 

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